Hace un año murió Ricardo y con su muerte comencé un blog en donde escribí todo lo que fui sintiendo, viviendo y creando. Fue un año de aprendizaje en el que poco a poco fui aprendiendo a vivir con el dolor de esa gran pérdida. Empecé tratando de entender la muerte y me fui a los textos, como si en los libros de filosofía y de literatura hubiera una respuesta ancestral que me fuera a levantar los ánimos. No sé si fue para bien o para mal pero me di cuenta que realmente esa respuesta no existe, que cada muerte es única y cada duelo es diferente, sobre todo entendí que va cambiando con el tiempo.

Un año después volvimos a la montaña. Antes de llegar no pensé que podría hacer lo que hice. Tenía miedo de esquiar. Un deporte que antes me gustaba mucho de repente se había vuelto algo sumamente peligroso y mortal. A pesar de mi miedo me atreví a intentarlo de nuevo, el primer día fue difícil y después me volví a divertir como antes. Me sentí feliz de haber superado ese miedo, también me gustó pensar que algo más o menos similar debió haber sentido Ricardo los últimos días de su vida.

Esta vez me di cuenta de lo cambiante que es la montaña. Un día nevó muchísimo y Gerardo y yo pudimos esquiar en el powder delicioso. Al día siguiente hubo muchísimo viento, toda la nieve fresca se fue volando y no quedó nada más que hielo y piedras. Puedes bajar cada día por la “misma” pista solo que en realidad nunca es la misma. Para mí la montaña se parece un poco al teatro, cada representación es única e irrepetible, así es cada bajada. Por eso esquiar Shock este año no se puede comparar con Shock del 10 de febrero del 2017. No tengo idea de qué factores precisos formaron parte del accidente y no pretendo crear explicaciones incomprobables en mi cabeza. Solamente sé que Ricardo murió, que fue un accidente, que no nos hubiera gustado que muriera así ni en ese momento, pero nada de eso está en nosotros.

Ahora solamente me queda algo importante por hacer. Disfrutar de la vida mientras que pueda. Mientras que esté aquí.